Vida de Domingo Savio. Autor: Don Bosco

Vida de Domingo Savio
Escrita por Don Bosco


Prólogo
Muy queridos jóvenes:
Más de una vez me habéis pedido, queridos jóvenes, que les escriba algo acerca de su compañero Domingo Savio; y, haciendo todo lo posible para satisfacer su deseo, les presento ahora su vida, escrita con la brevedad y sencillez que son de su agrado.

Dos obstáculos se oponían a que publicara esta obrita; en primer lugar, la crítica a que a menudo está expuesto quien escribe ciertas cosas que se relacionan con personas que viven todavía. Este obstáculo creo haberlo superado concretándome a narrar tan sólo aquello de que ustedes y yo hemos sido testigos oculares, y que conservo escrito casi todo y firmado por su misma mano.

Es el otro el tener que hablar más de una vez de mí mismo, porque habiendo vivido dicho joven cerca de tres años en esta casa
[1], me veré muchas veces en la necesidad de referir hechos en los cuales he tomado parte. Creo haberlo vencido también ateniéndome al deber del historiador, el cual, sin reparar en personas, debe exponer la verdad de los hechos. Si notan que alguna vez hablo de mí mismo con cierta complacencia, atribúyanlo al grande afecto que tenía a su malogrado compañero y el que les tengo a ustedes; afecto que me mueve a manifestarles hasta lo más íntimo de mi corazón, como lo haría un padre con sus queridos hijos.

Alguno de ustedes preguntará por qué he escrito la vida de Domingo Savio y no la de otros jóvenes que vivieron entre nosotros con fama de acendrada virtud. A la verdad, queridos míos, la divina Providencia se dignó mandarnos algunos que han sido dechados de virtud, tales como Grabriel Fascio, Luis Rúa, Camilo Gavio, Juan Masaglia y otros; pero sus hechos no fueron tan notables como los de Savio, cuyo tenor de vida fue notoriamente maravilloso. Fuera de que, si Dios me da salud y gracia, tengo intención de escribir asimismo sobre esos compañeros suyos, y satisfacer así sus deseos, que son también los míos, a fin de que, recordando lo que ellos hicieron, los imiten en lo que es compatible a su estado.

Aprovechen las enseñanzas que encuentren en esta vida de su amigo y repitan en su corazón lo que San Agustín decía para sí: si elle, cur non ego? Si un compañero mío de mi misma edad, en el mismo colegio, expuesto a semejantes y quizás mayores peligros que yo, supo ser fiel discípulo de Cristo, ¿por qué no podré yo conseguir otro tanto? Pero acuérdense de que la verdadera religión no consiste sólo en palabras; es menester pasar a las obras. Por tanto, hallando cosas dignas de admiración, no se contenten con decir: ¡¡Bravo!! ¡¡Me gusta!! Digan más bien: “Voy a empeñarme en hacer lo que tanto excita mi admiración y maravilla”.

Que Dios les de a ustedes y a cuantos leyeran esta libro salud y gracia para sacar gran provecho de él; y la Santísima Virgen, de la cual fue Domingo Savio ferviente devoto, nos alcance que podamos formar un corazón solo y un alma sola para amar a nuestro Creador, que es el único digno de ser amada sobre todas las cosas fielmente servido todos los días de nuestra vida.

[1] Se refiere al Oratorio de San Francisco de Sales, en Turín.